En el mural de la clase de Alejo estaban expuestos los carteles que mostraban los resultados de un ejercicio donde los niños y niñas respondían a la pregunta sobre en quién confiaban. Buscando la respuesta de mi hijo, leí las de los demás. La mayoría de los dibujos decían mamá, papá, ambos, otros miembros de la familia como la abuelita, los hermanos y hasta el perro.
Los cuidadores, naturalmente, estamos llamados a ser el lugar seguro de los niños y niñas en estas primeras fases de su vida. Ya hemos escuchado de los expertos que nuestra función principal como padres es mantenerlos seguros. Eso implica límites, pero también dejarlos experimentar.
No pretendo hablar del apego que pueden tener los niños con sus cuidadores, ni cómo eso puede afectar su vida adulta o el desarrollo de ciertas patologías, con la profundidad que se requiere y que han dedicado varios expertos en sus publicaciones. Pero sí me gustaría destacar, desde mi experiencia, incluyendo aciertos y desaciertos, un elemento que considero fundamental: la confianza.
Si queremos ser un lugar seguro para nuestros hijos cuando enfrenten cualquier situación de estrés, o cuando solo necesiten una base segura en sus momentos de calma, ellos deben poder confiar en nosotros; y nosotros también debemos confiar en ellos y en sus capacidades. Incluso, debemos alentarlos a confiar más en sí mismos, cuando haga falta.
Yo, como la mayoría de mamás primerizas, tuve que ir aprendiendo a confiar en las capacidades de Alejo, con el temor latente de la caída y la frustración. Él aprendió rápido a sobrellevar la primera. Ha interiorizado como un mantra «siempre levantarse» y con canciones, hemos aprendido a superar los golpes y ser más cuidadosos con nuestro cuerpo. Sobre la segunda, debo ser sincera y decir que seguimos trabajando los dos en el manejo de la frustración. Y parece que todavía nos queda un largo camino.
Pero como en la maternidad todos los días aprendemos a redescubrirnos, he encontrado en mí una mamá relajada que me ha sorprendido gratamente. De hecho, mis amigas no lo creían cuando me veían que no tenía problemas al dejar que Alejo corriera por el restaurante en su ejercicio de exploración, escalara en los muebles de la sala, o hiciera «experimentos de burbujas» con su bebida.
Parecía que eran conductas demasiado permisivas que no iban con el estándar de mi personalidad, ni de mi profesión. Pero afortunadamente, por instinto al principio, y luego leyendo, aprendí que para Alejo era fundamental que yo confiara en él.
Pronto me di cuenta de que solo si yo estaba acompañándolo, orientándolo y diciéndole «tú puedes», él se daba cuenta de que sí podía hacerlo. Y luego, creía que podía lograrlo así yo no estuviera a su lado. Ahora, con mucha más confianza en sí mismo, frecuentemente me dice: «yo puedo hacerlo solito. Mamá, confía».