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Si le tapa la boca, le van a salir letreros

Estoy convencida de que la clave de una buena relación basada en el respeto mutuo es la comunicación. No siempre debemos estar de acuerdo, pero poder plantear nuestras opiniones y encontrar las diferencias y puntos en común con otros es una dinámica que deberíamos enseñarles a nuestros hijos desde muy pequeños. Después de todo, la comunicación verbal es una parte fundamental de la inteligencia humana.

Por supuesto, desde nuestro rol de padres, esta comunicación implica establecer límites, pero eso no significa que todo alrededor de la vida de nuestros hijos sean reglas. Que nuestra comunicación en la edad preescolar se limite a una serie de comandos e instrucciones. Yo crecí con muchas reglas y recuerdo que me decían: “Si le tapa la boca, le van a salir letreros”. Cuestionaba todas las reglas, siempre tenía una opinión, una historia o una pregunta que decir.

Por supuesto, me mandaron a callar muchas veces. Y aunque no me gusta recordarlo, hoy comprendo que esas fueron las mejores herramientas de crianza que tuvieron mis padres, pero yo tengo otras para ejercer mi maternidad. Por eso, la comunicación con Alejo es uno de los pilares que siempre tengo en cuenta a la hora de criar.

Afortunadamente, el niño salió igualito a su mamá. No le van a salir letreros porque aún no sabe escribir, pero empieza a hacer mímicas y muecas que me transportan a mi infancia. Si bien el lenguaje suele desarrollarse rápidamente una vez los bebés comienzan a adquirirlo, nosotros podemos cultivarlo para que después de los dos o tres años sea más fácil comunicarnos con nuestros hijos.

A Alejo, desde muy bebé, le hablábamos todo el tiempo, le relatábamos lo que íbamos haciendo como narrador deportivo, le cantábamos, inventábamos rimas, repetíamos trabalenguas, le leíamos cuentos infantiles y cualquier otra lectura laboral que se atravesara por el trabajo en casa que vivimos durante la pandemia. Desde la intuición, ese fue nuestro mejor esfuerzo por enseñarle fonemas y la connotación de las palabras que iba guardando en su cerebro como una esponja.

Hoy, me gusta pensar que todo eso influyó en que Alejo hablara claro y fluido desde muy pequeño. Así que pronto descubrió su “gran voz”. Eso me permitió conocer su mundo, comprenderlo desde mi maternidad. Para él, el hecho de poder expresar sus deseos, necesidades y emociones con claridad lo llevó a exigir, con palabras, ser escuchado. En casa, eso se da por sentado, pero en otros espacios, él mismo lo demanda. Levanta la mano dentro del carro y dice: “tengo algo que decir”. Es una práctica que siempre alentamos, después de todo, escuchar sus historias y opiniones hace más fácil mi maternidad.

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